«Como es arriba es abajo, como es abajo es arriba»

Caminas por la Séptima de noche. Llueve. Las farolas iluminan las gotas cual cristales que caen incesantemente en el pavimento. Te detienes y la gente sortea tu cuerpo como si fueras un bolardo en la calle, para no parar como tú, ni mojarse con el clima de invierno. Levantas la cabeza un momento. Te quedas inmóvil mirando el punto de fuga desde donde parecen venir todas las gotas hacia ti. Te ves atrapado por la sensación de estar atravesando el universo y en la que cada partícula de lluvia es una estrella que te moja, cubre o roza al desprenderse del firmamento y yacer a tu lado. Esquivas las gotas sin moverte; no te tocan ni se agotan. Imponente en el fondo, permanece la bóveda oscura y celeste. De las nubes, las almas cristalinas caen sin cesar al suelo. Se juntan en charcos formando espejos en las depresiones de las aceras, junto a las alcantarillas y los postes. Las estrellas que se disgregan como lluvia se fijan en el agua, siendo nuevamente estrellas, pero ahora, como reflejo de los puntos titilantes del espacio opuesto. «Como es arriba es abajo»,  te repites. Mediante hoyos en la roca, alineados con las estrellas, los Incas, llenándolos con un poco de agua, formaban el mapa celeste, dibujaban las constelaciones, llevaban el calendario. Con un poco de agua, ellos, cuando tú tienes la lluvia y las calles y los charcos. Bajas la cabeza y continúas caminando mientras el cielo se sigue desmoronando sobre tu espalda. Sigues caminando. —No hace falta una nave espacial para recorrerlo, no—. «Como es abajo es arriba«, piensas, y pisando los charcos ya estás hundiendo tus pies en el vacío, estás recorriendo las nebulosas y galaxias. El charco está en el cielo como el cielo está en el charco. Sigues caminando por la Séptima pero ya no te detienes. Atraviesas por su réplica al universo y no te detienes, no, nunca más.

La sensación que tuve pero más gráfica (Dar click aquí si el vídeo no se reproduce):

«Más celestes que aquellas centelleantes estrellas
nos parecen los ojos infinitos que abrió la Noche en nosotros.»
Novalis